De una brasserie francesa a un mercado callejero, en Nueva York, en la Gran Manzana cabe todo
Arantxa Neyra
“La gran Manzana”: nadie se pone de acuerdo al explicar la razón por la que a Nueva York se le conoce así. Hay quienes dicen que fue el periodista John J. Fitz Gerald, en los años 20, el que primero se refirió a ella así en un artículo sobre carreras de caballos en el New York Morning Telegraph. Otros aseguran que en esa misma época los músicos de jazz clasifi caban las ciudades en las que actuaban en “manzanas” de diferente tamaño en función de su importancia y dimensiones; y Nueva York, el escenario soñado y codiciado por cualquiera, era conocida en el mundillo como “La Gran Manzana”.
Sea cual sea el origen del apodo, “la Gran Manzana” se ha convertido en un término universal para llamar a esa ciudad a la que todos quieren hincarle el diente. De forma metafórica, pero también en sentido literal, porque Nueva York es hoy en día una de las ciudades del mundo donde la experiencia de sentarse en la mesa es más fascinante. No solo porque allí, y solo allí, en la misma calle se pueden encontrar un restaurante nepalí, una tienda kosher, una taquería mexicana y un diner de estética retro; sino también porque el ritmo de aperturas y de nuevos conceptos gastronómicos que salen a la luz es tan vertiginoso que es casi imposible estar al corriente de todas las novedades.